martes, 29 de noviembre de 2011

Las vírgenes suicidas



Con todo, muchos estaban convencidos de que se trataba de una cortina de humo. Aquel olmo en particular, como todos sabían, había sido el árbol favorito de Cecilia y en el agujero embreado que cubría un nudo de la madera aún podía verse la marca de su pequeña palma. La señora Scheer recordaba haber visto a menudo a Cecilia bajo el árbol en primavera, tratando de atrapar al vuelo las vertiginosas hélices de sus semillas. (Por nuestra parte, recordábamos aquellas semillas verdes alojadas en una sola vaina fibrosa que bajaba como un helicóptero hasta el suelo, si bien no habríamos podido asegurar si pertenecían a los olmos o, por decir algo, a los castaños, ya que ninguno de nosotros tenía un manual de botánica a mano, tan populares entre los amantes de los bosques y de la realidad.) De todos modos, a muchos de los vecinos les resultaba fácil imaginar por qué las chicas relacionaban el olmo con Cecilia.

        -Lo que querían salvar no era un olmo –decía la señora Scheer-, sino el recuerdo de Cecilia.


Las vírgenes suicidas


(Jeffrey Eugenides)

(Traducción de Roser Berdagué)

Aquí, un gran texto de Manuel Jabois (más sobre la película que sobre el libro).


Como las hermanas Lisbon, los olmos mueren por toda su área de distribución, aunque éstos no por suicidio, claro, sino por efecto de la grafiosis.


Las hojas del olmo común o negrillo, simples, con un corto peciolo, doblemente aserradas o dentadas y acorazonadas en la base aunque de forma asimétrica (un lado más corto que el otro).


Una de las características que sirven para diferenciar a los olmos comunes de otras especies de olmos es que con frecuencia sus ramillas pesentan unas costillas longitudinales suberosas (o corchosas).


Los primeros ataques serios que sufren los olmos corren a cargo de las larvas de la galeruca (Galerucella luteola), un coleóptero cuyas orugas comen el parénquima de las hojas (respetando la nerviación). Las olmedas infectadas pueden quedarse sin hojas verdes durante el verano.


A continuación, diversas especies de escarabajos escolítidos minadores son capaces de detectar los árboles enfermos y atacan en masa a los olmos debilitados por la galeruca. Los escarabajos actúan como vectores del hongo Ceratocistis ulmi, agente que provoca la grafiosis.


Los escolítidos roen las yemas y perforan la corteza para hacer las puestas. En la imagen, galerias de varias especies de coleópteros bajo la corteza de un olmo muerto. El hongo se desarrolla en el sistema vascular; las esporas penetran a su interior transportadas por los escarabajos y se difunden con la savia por todo el árbol.


C. ulmi produce unas enzimas que provocan la muerte del parénquima del leño y degradan los vasos conductores, bloqueando el transporte de agua y generando una especie de trombosis que causa la muerte al olmo.


A la decadencia de los olmos contribuye, además, la disminución de los niveles freáticos por extracciones incontroladas de agua en las zonas mediterráneas de vega y en los valles. En la imagen, un olmo sano en la ribera del río Lozoya.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Bosques otoñales en Somosierra (II)

09/11/2011: Dehesa Boyal de Somosierra (Madrid). Entre 1.390 y 1.500 m de altitud.

Un año después, de vuelta a uno de los referentes otoñales más genuinos de Madrid: la Dehesa Boyal de Somosierra, para ver el cambio de color de las hojas de robles melojos y otras especies.

Vista general del bosque en noviembre.

Este año, a comienzos de noviembre ya han aparecido los tonos ocres de los melojos (la especie más importante numéricamente hablando), aunque éstos todavía mantienen verde buena parte de la hoja; otros robles por aquí presentes, como el roble albar (Quercus petraea) -una especie de temperamento más eurosiberiano que el propio melojo- presentan hojas amarillentas, aunque sigue predominando el verde.

Hojas de melojo (Quercus pyrenaica) con agallas.

Hojas del roble albar.

Quercus petraea
 
 
Junto con los robles citados, aparecen avellanos, arraclanes, acebos, serbales, mostajos, varias especies de rosales silvestres (de interés Rosa villosa), sauces (Salix atrocinerea), maillos (Malus sylvestris), cerezos, majuelos, espinos cervales o la labiada Teucrium scorodonia, por citar algunas de las especies más típicas.

En el suelo se  mezclan las hojas de las principales especies caducifolias de Somosierra.

Un abedul delante de la acebeda; varias Genista florida al fondo a la izquierda.

La segunda especie en importancia, después del melojo, es el abedul (Betula pubescens o B. alba; no en vano el paraje también recibe el nombre de Abedular de Somosierra); ahora, los troncos blancos y las siluetas gráciles de los abedules destacan en la ladera pedregosa que hay frente al mirador de la N-I.

Abedules y robles melojos.

Desde este mismo enclave se obtiene una visión muy buena de los alrededores y se pueden apreciar a simple vista varias especies arbóreas distintas; vestidos de rojo o anaranjado destacan arraclanes, serbales de cazadores y cerezos, mientras que los amarillos más vivos se reservan para abedules y temblones. Algunos bosquetes de pino silvestre proporcionan el contrapunto cromático necesario, con sus acículas oscuras entre tanto tono cálido.


Aparte de crecer bien sobre terrenos rocosos, en estos enclaves (que, aunque serranos, climatológicamente no dejan de ser mediterráneos, con el fuerte impacto que supone la falta de agua durante el estío para las especies más atlánticas), los abedules muestran querencia por los cursos de agua y se mezclan con avellanos y sauces, formando unos bosques de galería abiertos en los que se hacen en buena medida dominantes.

Los abedules forman un bosque ripario fácilmente identificable.

En el interior del abedular descubrimos algún tejo, enebros y varias especies de zarzas.

Un tejo en el interior del abedular.

Otra vista de los abedules desde el arroyo.

En la linde del bosque, algunas leguminosas arbustivas; entre ellas, destacan los codesos (Adenocarpus hispanicus), varios de los cuales se encuentran completamente en flor, suponemos que por el otoño tan suave que ha hecho.

Delante de melojos, abedules, avellanos y otras especies, una buena población de codesos.

Adenocarpus hispanicus en flor.

martes, 15 de noviembre de 2011

Sierra Crestellina


Recorremos en pleno otoño un paraje singular de la Costa del Sol: la Sierra Crestellina de Casares (Málaga), en el que vamos a fotografiar a una buena representación de las especies arbóreas y arbustivas mediterráneas.

Pinares de pino carrasco.

Los alcornoques se mezclan con los pinares.

Por citar a las más comunes, encontraremos encinas, alcornoques, quejigos, algarrobos, pinos resineros, pinos carrascos, palmitos, cornicabras, lentiscos, acebuches, enebros, sabinas negrales, e incluso castaños y quejigos morunos en la carretera que sube hasta Casares. Están presentes varias especies de jaras (Cistus crispus, C. ladanifer, C. albidus), leguminosas arbustivas (Genista triacanthos, Dorycnium hirsutum, Anthyllis polycephala, etc.), crucíferas como Crambe filiformis, y muchas matillas interesantes (Fumana laevipes, Phagnalon sordidum, Stachys circinata, etc.); en los cursos de agua, adelfas, sauces (Salix pedicellata), zarzaparrillas, cañotas...

Palmitos y otras especies sobre calizas.

Quercus coccifera

Los frutos del palmito.

Se trata, esencialmente, de un macizo calcáreo rodeado por sierras de naturaleza silícea, cuyas mayores cotas superan los 900 metros, aunque el recorrido se mantiene entre los 400 y los 700 metros, aproximadamente, de altitud. Aunque buena parte del camino lo dominan los sustratos básicos, los sustratos colindantes alcanzan la zona, permitiendo la coexistencia de especies de preferencias calcícolas con otras amantes de los suelos de reacción ácida en pocos metros.

Myrtus communis

Juniperus phoenicea

El pino carrasco forma buenos bosques en las partes altas de la sierra, y entre los matorrales que se desarrollan profusamente entre las calizas dominan los palmitos (Chamaerops humilis), matagallos o algarrobos; les acompañan, con frutos casi maduros, mirtos (Myrtus communis) y sabinas (Juniperus phoenicea), así como alguna coscoja (Quercus coccifera).

Bellota y hojas del alcornoque.

Los quejigos se refugian en las hondonadas donde se conserva la humedad.

Quercus broteroi

En las zonas de mayor pendiente, donde se pierden los minerales de las rocas calizas por lavado, los pinos carrascos  se mezclan con alcornoques (Quercus suber); junto a éstos, en las zonas más umbrosas y húmedas crecen quejigos (probablemente Quercus broteroi, aunque existen en esta zona Q. canariensis a pocos kilómetros y pudieran darse formas introgresivas entre ambos; la ausencia de pelos flocosos y anaranjados por el envés nos decanta por la especie citada) y otras especies propias de estos bosques amantes de la humedad, como el rosal de hoja perenne Rosa sempervirens. En las zonas inferiores aparecen acebuches acompañando a los alcornoques y alguna encina.

Rosa sempervirens

Quercus ilex subsp. ballota

En primer término, acebuches y alcornoques, con los pinares al fondo.

Los frutos del acebuche.

Desde la vecina Sierra Bermeja, también llegan especies propias de los suelos ácidos, como los pinares de resinero (Pinus pinaster); varios arbustos acompañan a estas coníferas: brecinas (Calluna vulgaris), brezos, o la leguminosa Stauracanthus boivinii, que ahora encontramos en flor, por citar algunas.

Matorrales acidófilos: Cistus ladanifer, Adenocarpus telonensis, Cistus crispus, etc.

Pinares y alcornocales con Sierra Bermeja al fondo.

Pinar de Pinus pinaster y sotobosque.

Stauracanthus boivinii

martes, 8 de noviembre de 2011

Flora amenazada: el bonetero de hoja ancha (Euonymus latifolius)

El bonetero de hoja ancha (Euonymus latifolius) es un arbusto caducifolio alto (puede superar los tres metros de altura) descubierto en España a finales de la década de los setenta en las Sierras de Cazorla-Segura; venimos a buscarlo y fotografiarlo a finales de septiembre.

Euonymus latifolius

Se diferencia del bonetero Euonymus europaeus (un arbusto común en los setos de los bosques caducifolios de la mitad norte peninsular), fundamentalmente, en la anchura y forma de las hojas y en la cápsula carnosa que conforma su fruto.

Así, en E. latifolius las hojas son más anchas que en E. europaeus (oblongo-elípticas de hasta 7 cm de ancho las primeras por ovado-lanceoladas de 4 cm de ancho las segundas); el fruto del bonetero de hoja ancha, por su parte, forma una cápsula con 4-5 valvas aquilladas que le dan cierto aspecto estrellado, mientras que su congénere tiene el fruto formado siempre por cuatro valvas redondeadas.

Hojas y frutos maduros y abiertos, ya sin las semillas.

Aunque ahora se conocen unas cuantas poblaciones repartidas por el parque natural, todas ellas con poquísimos individuos, la que visitamos es la primera población descubierta en nuestro país, que además es la que se encuentra a mayor altitud (1.900 metros), en plena alta montaña jienense. Aquí, los pocos pies que quedan crecen en el interior de un afilado lapiaz, en una zona casi intransitable. Las demás poblaciones andaluzas crecen por debajo de esta cota, siempre en ambientes umbríos y frescos o, incluso, medios riparios.

Un bonetero de hoja ancha se "asoma" entre las grietas del lapiaz; aunque este ejemplar medía más de dos metros de altura, desde afuera sólo se aprecia la parte superior del mismo.

La principal amenaza a la especie la constituyen los hervíboros silvestres (cabras monteses y muflones, en las zonas altas del parque), que impiden el asentamiento de nuevos plantones y consumen los brotes de los pies adultos. Como curiosidad, en estos y otros lapiaces de este espacio natural (antes de ser vallados para impedir el acceso de los rumiantes), las distintas especies de arboles y arbustos (arces, madreselvas arbóreas, espinos, tejos, mostajos, etc.) que crecían entre las grietas, arraigando por debajo de la superficie visible del lapiaz, eran sistemáticamente "segadas" por los dientes de los herbívoros, de forma que no llegaban a asomar por la parte superior de las grietas.

Un macho montés (Capra pyrenaica) descansa entre las rocas calizas.

Aparte de las especies ya mencionadas, en Cazorla-Segura hemos visto acompañando a los boneteros, en pleno dominio del pino laricio, a muchas plantas interesantes: sabinas rastreras (Juniperus sabina), Daphne oleoides, Fumana baetica, Genista pseudopilosa, etc.

Porte de Juniperus sabina.

Tras su hallazgo en tierras andaluzas, posteriormente se han ido encontrando otras poblaciones en la mitad oriental peninsular, siempre en sierras de naturaleza caliza o margo-caliza, como en Aragón (Javalambre, Teruel) o Castilla-La Mancha (Palomera, Cuenca); se espera que queden ejemplares, asimismo, en las vecinas serranías de Castellón, donde hasta ahora se ha buscado sin éxito.

Vista de los pinares de Pinus nigra desde el hábitat del bonetero de hoja ancha (1.900 metros de altitud).

jueves, 3 de noviembre de 2011

La maduración de los frutos en Cazorla-Segura

Además de por el cambio de color de la hoja en las especies caducifolias y marcescentes, si hay algo que caracteriza al otoño es la culminación del proceso de fructificación en buena parte de los árboles y arbustos de nuestras latitudes.

Nos desplazamos a las Sierras de Cazorla-Segura (Jaén) y fotografiamos (entre finales de verano y principios del otoño) a una representación de la flora mayor de este espacio; hoy nos centramos en algunas de las especies con frutos carnosos que aparecen entre los 1.500 y 1.800 metros de altitud, franja de vegetación dominada por los bosques de pino laricio.

Crataegus laciniata

Entre la orla arbustiva que aparece en los pinares, junto con varias especies de rosales silvestres encontramos a otra rosácea que en nuestro país se distribuye por las sierras del sureste peninsular: el espino Crataegus laciniata. Parecido al majuelo (C. monogyna), a diferencia de éste tiene las hojas lanosas por el haz y el envés, además de finalizar los lóbulos de éstas en unos dientes agudos. Sus frutos, apreciablemente mayores a los del majuelo, son unos pomos de color rojo que contienen dos o mas huesos, mientras que los de C. monogyna solamente tienen uno.

Lonicera arborea

Varias especies de madreselva aparecen por aquí: la madreselva arbórea (Lonicera arborea), un pequeño arbolito con bayas de color blanquecino, y Lonicera splendida, un arbusto trepador endémico de bayas anaranjadas y hojas opuestas de color glauco que se sueldan entre sí en la parte superior de las ramas.

Lonicera splendida

También encontramos otros arbolillos como los mostajos (Sorbus aria) y, en ocasiones, ascienden hasta este piso de vegetación sus parientes los espejones (Sorbus torminalis), con frutos en pomo de color pardusco y hojas simples, lobadas y de margen aserrado.

Sorbus torminalis

En el borde de la pista descubrimos una población de tabaco gordo (Atropa baetica), una solanácea amenazada de frutos negros (bayas) que, curiosamente, ha sido favorecida mediante la intervención del hombre en el pinar (sacas de madera, caminos forestales, etc.).

Atropa baetica

Dejando atrás a los pinos laricios (Pinus nigra), al descender al piso de las encinas y los pinos resineros, encontramos algunos piruétanos de buen porte: se trataría de perales asilvestrados que tradicionalmente se habían asignado a la especie Pyrus pyraster y que ahora se reconocen como una variedad o subespecie del peral cultivado (Pyrus communis).

Pyrus pyraster

Repasadas someramente algunas de las especies que se encuentran en estos bosques, dejamos para dentro de unos días a una de las joyas arbustivas que conviven en este espacio, descubierta en España, precisamente, en los pinares de laricio de Cazorla.

Hábitat: orlas espinosas y arbustivas en el dominio del pino laricio.

Pinus nigra