miércoles, 7 de diciembre de 2016

El bosque tropical seco



No todos los días se cruza el charco hasta América (en este caso hasta Nicaragua), así que aprovechamos nuestro viaje a este país centroamericano para hacer algunas fotografías al bosque tropical seco, un hábitat del que habitualmente no se oye hablar (el elevado peso mediático de su vecino el bosque lluvioso y su conservación eclipsan al bosque seco... y a sus correspondientes problemas).

 Se trata de un tipo de bosque distribuido originalmente desde el sur de México hasta Panamá que en su día cubrió buena parte de la vertiente Pacífica de Centroamérica. El impacto humano lleva produciéndose desde la existencia de asentamientos precolombinos, que desarrollaron su agricultura sobre los terrenos del bosque seco primigenio causando sus primeras crisis. El aspecto actual es el de un medio sabanoide, con árboles dispersos y bosquetes refugiados en las zonas más abruptas, que recuerda a los hábitats secos africanos.

La característica principal de este bosque es la existencia de un periodo seco, con ausencia de lluvias, que puede durar de cinco a siete meses: nosotros llegamos a mediados de noviembre, coincidiendo con el fin de la época de lluvias. De momento, la lluvia caída anteriormente (entre 800 y 1.500 mm de media al año) hace que los árboles mantengan las hojas y el pasto esté completamente verde, pero dentro de unos meses el paisaje cambiará radicalmente.

Además de la caída de hojas durante la estación seca, los árboles presentan otras adaptaciones a la sequía, como la existencia de una raíz principal que crece verticalmente en profundidad o la espinescencia, en una clara convergencia adaptativa con las especies de sabana de otras partes del mundo. Asimismo, muchas especies presentan portes aparasolados o achaparrados, con ramas retorcidas y espinosas.

En Nicaragua el bosque tropical seco se distribuye principalmente por la región del Pacífico y parte de la Central. Quedan áreas dispersas, muy fragmentadas debido al avance de las actividades agropecuarias: un reto actual es hacer posible el desarrollo económico de las poblaciones rurales del país con la conservación de sus bosques, integrándolos en sus sistemas de explotación agro-silvo-pastorales. En la foto, detrás de la primera fila de árboles, un cultivo de caña (Saccharum officinarum) en flor (con los penachos blancos). Al fondo, retales de bosque.

No obstante, en los potreros dedicados a la explotación de vacuno todavía pueden observarse varias especies arbóreas acompañando a los pastos herbáceos. Los cebuinos constituyen la raza más característica del país, aunque muy mezclados con otras razas bovinas. Mostramos a continuación algunas de las especies de palos (o árboles) más genuinas del bosque seco.

Comenzamos con el madroño o salamo (Calycophyllum candidissimum), que ahora se encuentra el flor: destaca por sus grupos de flores blancas en los extremos de las ramas, bien visibles desde lejos. Pertenece a la familia de las rubiáceas y es el árbol nacional de Nicaragua.

La ceiba (Ceiba pentandra), una de las especies más grandes que pueden encontrarse en la América tropical, puede alcanzar los 50 metros de altura.

El laurel blanco (Cordia alliodora), una boraginácea arbórea que, en esta foto, presenta un nido de comején en una rama baja.

El caoba del Pacífico (Swietenia humilis) es una meliácea que, a diferencia de otros caobas, no permite su explotación comercial a gran escala, debido a su pequeño porte.

Camino rural en medio del bosque seco. Además de las familias botánicas citadas, en este medio cobran especial importancia los árboles leguminosos de las subfamilias Caesalpinioideae (como el nacascolo, Caesalpinia coriaria) y Mimosaceae (como el guanacaste, Caesalpinia coriaria o varias especies de los géneros Acacia y Albizia).

Otro ejemplo de árbol de la familia de las leguminosas: en este caso el gavilán (Schizolobium parahyba), con sus hojas compuestas y de pequeños folíolos.

Nos sobrevuela un zopilote (Coragyps atratus), una rapaz muy común que incluso puede verse posada consumiendo carroñas y restos de animales en los bordes de caminos y carreteras.

El jícaro (Crescentia alata), otra especie arbórea de ramas retorcidas, de la familia de las bignoniáceas, cuyos frutos crecen directamente sobre las ramas y el tronco (caulifloria).

Entre las ramas del jícaro sorprendimos a este garrapatero (Crotophaga sulcirostris).

Y por el suelo, a un joven garrobo (Ctenosaura similis), un lagarto que cuando crece es capturado y consumido en algunas partes.

Ascendemos en altura, hacia la vertiente del Caribe. En algunos árboles aparecen epífitas, como las bromelias de la foto (género Tillandsia).

Aquí también se explota el ganado vacuno: en este caso, vacas frisonas en el trópico.

Un cedro real (Cedrela odorata) con los frutos verdes, de la familia de las meliáceas.

Pulperías en las carreteras del centro del país.

Junto a un arroyo crece la myrsinácea uva rillera o cuya (Ardisia revoluta), en segundo término.

El ascenso en altitud hace que aparezcan algunos perennifolios y más epífitas y lianas, adquiriendo el paisaje un aspecto más parecido a la pluvisilva, sobre todo cerca de los cauces de agua.

Aquí encontramos a una especie laurifolia: el tempisque (Sideroxylon capiri subsp. tempisque), de la familia de las sapotáceas.

Un cebú macho con sus descendientes, en las que se aprecia el aporte frisón.

Un solitario corozo (Acrocomia aculeata) crece en medio de una finca ganadera. Se trata de una palmera centroamericana que también crece por buena parte de América del Sur.

No podemos finalizar sin mencionar la importancia en el paisaje nicaragüense de las especies foráneas, muchas de las cuales proceden de otras zonas tropicales pero se han aclimatado perfectamente, desde flamboyanes a eucaliptos, o higueras como el Ficus elastica de la fotografía, procedente en este último caso de la India e Indonesia.

Acabamos con una fotografía de un zanate (Quiscalus mexicanus) en la orilla del Lago de Nicaragua, posiblemente el ave más característica (y una de las más abundantes) del país, cuyos bandos (o, mejor dicho, sus cantos) nos acompañaron en todo momento, especialmente en los amaneceres y atardeceres.

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