Como no hay regla sin excepción, tenemos los epífitos -tan abundantes y variados en regiones tropicales-, que ni viven de la tierra ni de otras plantas. Les bastan las minúsculas partículas de materia orgánica transportadas por el aire, y si se reclinan sobre árboles, arbustos o rocas no es para extraer de ellos alimento. Son un término medio entre los destinos de parasitar o ser parasitado: viven frugalmente de lo que trae el aire, practicando un desarraigo que multiplica singularidades. Ya me gustaría ser orquídea, en vez de centeno o cornezuelo del centeno.
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Tan distintas de estos estanques con lirios acuáticos, nuestras rosaledas sugieren que el mundo no es ni un paraíso ni un infierno, sino más bien algo esencialmente incierto o abierto, donde trabajar ayuda.
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Algunas fotos de orquídeas y otros epífitos tropicales, como esta Aristolochia gigantea, en el invernadero del Jardín Botánico de Madrid. Sesenta semanas en el trópico no es un libro de historia natural; o mejor dicho, no trata solamente de naturaleza, pues se repasan asuntos de política, economía, antropología, relaciones humanas... Antonio Escohotado falleció en noviembre de 2021. |