Para despedir el año, una imagen del marojo o muérdago colorado (Viscum cruciatum), una especie que reune las características más llamativas de los dos iconos botánicos navideños por excelencia: del muérdago común el porte y tipo de fruto, y del acebo los frutos de color rojo.
Fotografiado en enero en la Sierra de las Nieves (Málaga), a 1.100 metros de altitud, en un bosque mixto de encinas, quejigos, pinares resineros, pinsapos y unos matorrales variadísimos. Aparte del color del fruto, del muérdago común se diferencia en que este último los tallos se ramifican en dos ramas por nudo, mientras que en el marojo de cada nudo parten cuatro ramas.
Más información sobre los muérdagos españoles en el curso del maestro Barbadillo (aquí el artículo).
Feliz año para todos.
viernes, 30 de diciembre de 2011
miércoles, 28 de diciembre de 2011
Zarzas ibéricas: Rubus pauanus
Traemos al blog a una especie endémica de zarza, exclusiva del cuadrante nororiental de la península, fotografiada en la Serranía de Cuenca durante el mes de octubre: se trata de Rubus pauanus. Las especies de zarzas que gustan de crecer a la vera del bosque, como esta, suelen presentar glándulas pedunculadas de color rojizo a lo largo de los turiones (los tallos formados durante el año) y la inflorescencia.
Otras especies con querencia por la linde de los bosques son Rubus vagabundus, R. henriquesii, R. peratticus, R. radula o R. galloecicus, presentando todas ellas, además de las glándulas rojizas, acúleos (o "espinas") homogéneos (de similar tamaño) y envés tomentoso; en contrapartida, existen otras especies de Rubus que prosperan bien en lugares despejados y soleados, como setos o caminos: dentro de este grupo se encontraría la popular Rubus ulmifolius, bien distribuida por toda España, cuyos turiones carecen de glándulas.
Para diferenciar a R. pauanus del resto de especies glandulosas citadas, nos fijaremos en el número de folíolos, la pelosidad del envés de la hoja y la longitud de los pelos del turión respecto a la longitud de las mencionadas glándulas.
Así, R. pauanus presenta hojas con cinco folíolos (ojo: en los extremos del turión o en la inflorescencia pueden tener tres), característica que comparte con R. galloecicus y R. radula (R. henriquesii y R. peratticus siempre presentan tres folíolos); por su parte, R. vagabundus es una especie mucho más espinosa (presenta muchos más aguijones), con glándulas amarillas en lugar de rojizas y folíolo terminal suborbicular (casi redondeado).
De R. radula se diferenciaría a primera vista por tener esta última zarza el haz glabro frente al haz peloso de R. pauanus, y, por último, de R. galloecicus por ser los pelos de los turiones en R. pauanus de una longitud claramente superior a la de las glándulas (en R. galloecicus la longitud de sus glándulas es mayor a la de sus pelos).
Vista cerca de un arroyo en un pinar de pino silvestre, junto con varias rosáceas más y otras especies espinosas, entre las que destaca el agracejo (Berberis seroi). Indiferente edáfica, crece entre los 1.000 y los 1.500 metros de altitud.
Resto de la infrutescencia a principios de octubre. El folíolo central es obovado.
Otras especies con querencia por la linde de los bosques son Rubus vagabundus, R. henriquesii, R. peratticus, R. radula o R. galloecicus, presentando todas ellas, además de las glándulas rojizas, acúleos (o "espinas") homogéneos (de similar tamaño) y envés tomentoso; en contrapartida, existen otras especies de Rubus que prosperan bien en lugares despejados y soleados, como setos o caminos: dentro de este grupo se encontraría la popular Rubus ulmifolius, bien distribuida por toda España, cuyos turiones carecen de glándulas.
Para diferenciar a R. pauanus del resto de especies glandulosas citadas, nos fijaremos en el número de folíolos, la pelosidad del envés de la hoja y la longitud de los pelos del turión respecto a la longitud de las mencionadas glándulas.
Hojas pedatas (folíolos externos con "pie") y detalle del haz, cubierto de pelos.
Así, R. pauanus presenta hojas con cinco folíolos (ojo: en los extremos del turión o en la inflorescencia pueden tener tres), característica que comparte con R. galloecicus y R. radula (R. henriquesii y R. peratticus siempre presentan tres folíolos); por su parte, R. vagabundus es una especie mucho más espinosa (presenta muchos más aguijones), con glándulas amarillas en lugar de rojizas y folíolo terminal suborbicular (casi redondeado).
Envés tomentoso y detalle del folíolo central o terminal: acabado en punta; el margen también es característico: a veces los dientes principales están algo curvados hacia la base de la hoja.
De R. radula se diferenciaría a primera vista por tener esta última zarza el haz glabro frente al haz peloso de R. pauanus, y, por último, de R. galloecicus por ser los pelos de los turiones en R. pauanus de una longitud claramente superior a la de las glándulas (en R. galloecicus la longitud de sus glándulas es mayor a la de sus pelos).
Aspecto del turión, donde destaca la longitud de los pelos. Detrás, se aprecia parte del margen de la hoja y el ápice en punta del folíolo terminal.
Vista cerca de un arroyo en un pinar de pino silvestre, junto con varias rosáceas más y otras especies espinosas, entre las que destaca el agracejo (Berberis seroi). Indiferente edáfica, crece entre los 1.000 y los 1.500 metros de altitud.
Hábitat: pinares de Valdemeca (Serranía de Cuenca).
lunes, 19 de diciembre de 2011
Los durillos (Viburnum tinus) de Madrid
De nuevo en Hoyo de Manzanares, a principios de diciembre, acompañamos a nuestro contacto (¡y amigo!) Miguel DC a una zona recogida y próxima a un arroyo en la que, aparentemente, se ha asilvestrado y crece sin problemas una curiosa población de durillos (Viburnum tinus).
El durillo, especie bien distribuida por las serranías españolas de la mitad sur (más escasa y puntual por el norte), gusta de temperaturas suaves y hábitats con humedad permanente, apareciendo principalmente entre los matorrales nobles que acompañan a encinares y alcornocales. El clima madrileño, sin embargo, resulta demasiado frío en invierno y muy seco en verano, por lo que de manera natural esta especie se muestra esquiva en nuestra Comunidad. Pese a ello, en Madrid la especie es muy empleada en jardinería, floreciendo y fructificando sin problemas, por lo que cabe pensar en algunas semillas que han llegado hasta aquí transportadas por las aves.
Atravesando una zona de berrocales graníticos, tan comunes en Hoyo (poblados por encinas, pinos piñoneros, enebros, jaras pringosas, mejoranas y cantuesos), alcanzamos un arroyo poblado de fresnos, sauces y zarzas, al borde de un encinar, donde se encuentran los durillos.
En esta ubicación, junto a las encinas aparecen varios madroños (Arbutus unedo), cuya presencia en estas sierras ya conocíamos y que son indicadores, precisamente, de esas condiciones climáticas requeridas por las especies de hoja lauroide que alcanzan el centro peninsular.
Los madroños presentan los últimos frutos de la temporada y crecen de forma enmarañada con alguno de los durillos; éstos aparecen dispersos entre las encinas y el camino, siempre próximos al cauce del arroyo.
Aunque llegamos casi con las últimas luces de la tarde, aprovechamos para fotografiar algunas plantas en las cercanías del arroyo: la leguminosa Melilotus albus, de más de metro y medio de altura (ahora en flor), y un par de hemicriptófitos: la compuesta Tanacetum parthenium y la labiada Ballota nigra. Resultan abundantes las madreselvas (Lonicera etrusca) y, algo escondidos entre los roquedos, algunos pies de rusco (Ruscus aculetus).
No hay tiempo para más y acompañamos a casa a Miguel: en el buzón de su casa, entre folletos publicitarios, una última sorpresa: una diminuta salamanquesa (Tarentola mauritanica), despierta en esta época del año (hasta la fecha el otoño ha sido poco frío), que procedemos a liberar.
El durillo, especie bien distribuida por las serranías españolas de la mitad sur (más escasa y puntual por el norte), gusta de temperaturas suaves y hábitats con humedad permanente, apareciendo principalmente entre los matorrales nobles que acompañan a encinares y alcornocales. El clima madrileño, sin embargo, resulta demasiado frío en invierno y muy seco en verano, por lo que de manera natural esta especie se muestra esquiva en nuestra Comunidad. Pese a ello, en Madrid la especie es muy empleada en jardinería, floreciendo y fructificando sin problemas, por lo que cabe pensar en algunas semillas que han llegado hasta aquí transportadas por las aves.
Atravesando una zona de berrocales graníticos, tan comunes en Hoyo (poblados por encinas, pinos piñoneros, enebros, jaras pringosas, mejoranas y cantuesos), alcanzamos un arroyo poblado de fresnos, sauces y zarzas, al borde de un encinar, donde se encuentran los durillos.
En esta ubicación, junto a las encinas aparecen varios madroños (Arbutus unedo), cuya presencia en estas sierras ya conocíamos y que son indicadores, precisamente, de esas condiciones climáticas requeridas por las especies de hoja lauroide que alcanzan el centro peninsular.
Delante de las encinas, un madroño y un durillo.
Diferentes vistas de algunos de los durillos de la zona.
Los madroños presentan los últimos frutos de la temporada y crecen de forma enmarañada con alguno de los durillos; éstos aparecen dispersos entre las encinas y el camino, siempre próximos al cauce del arroyo.
Aunque llegamos casi con las últimas luces de la tarde, aprovechamos para fotografiar algunas plantas en las cercanías del arroyo: la leguminosa Melilotus albus, de más de metro y medio de altura (ahora en flor), y un par de hemicriptófitos: la compuesta Tanacetum parthenium y la labiada Ballota nigra. Resultan abundantes las madreselvas (Lonicera etrusca) y, algo escondidos entre los roquedos, algunos pies de rusco (Ruscus aculetus).
Melilotus albus
Tanacetum parthenium
Ballota nigra
Ganoderma lucidum
No hay tiempo para más y acompañamos a casa a Miguel: en el buzón de su casa, entre folletos publicitarios, una última sorpresa: una diminuta salamanquesa (Tarentola mauritanica), despierta en esta época del año (hasta la fecha el otoño ha sido poco frío), que procedemos a liberar.
Atardecer en la fresneda.
Una joven salamanquesa común.
(Dedicado a M., segundo retoño de Miguel, que nació a los pocos días de nuestra visita; un abrazo para toda la familia.)
Viburnum tinus, hojas y frutos.
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martes, 13 de diciembre de 2011
Algunas especies de floración otoñal
A falta de diez días para entrar en el invierno, repasamos algunas especies con floración otoñal encontradas por diferentes partes de la geografía peninsular.
En los baldíos y eriales de la cuenca del Henares, en Madrid, localizamos a un arbustillo que, aun con flores, tiende a pasar desapercibido. Se trata de Lepidium graminifolium, una crucífera perenne y leñosa que puede superar el metro de altura. Además de las diminutas flores, que aparecen en densos racimos, a finales de noviembre también presenta algunos frutos en silícula, de forma oval y apiculados.
También en este mismo tipo de hábitat, cerca de caminos y de medios nitrificados, en la costa malagueña, a finales de octubre, encontramos a la mandrágora (Mandragora autumnalis), una solanácea que acaba de abrir sus primeras flores. Vive junto a los lirios de mar (Pancratium maritimum), hinojos marinos (Crithmum maritimum), acelgas silvestres (Beta maritima), Asteriscus maritimus y otra crucífera que también se encuentra en plena floración: Lobularia maritima. Esta matita vive cerca de la costa (aunque se usa en jardinería y se asilvestra lejos de ésta) y puede florecer durante todo el año.
Seguimos en Málaga, aunque ahora nos desplazamos a observar el torcal del Canuto de la Utrera, en Manilva; buena parte de los denominados matorrales nobles (formados por acebuches, labiérnagos, lentiscos, rosales de Rosa sempervirens, palmitos, etc.) se encuentran ahora con los frutos maduros y sirven de alimento a la fauna silvestre y al ganado, aunque aprovechamos para fotografiar las inflorescencias del algarrobo (Ceratonia siliqua), la especie arbórea que alcanza mayor tamaño en este entorno.
Como curiosidad, en uno de los pies que vemos junto a la pista, un lentisco (Pistacia lentiscus) ha sido capaz de germinar y crece sin aparentes problemas sobre la corteza de un algarrobo, lo que indica que la competencia por el espacio con coscojas, palmitos, higueras y demás especies está muy reñida en los matorrales mediterráneos.
Una buena cantidad de lianas y trepadoras (Clematis flammula, Aristolochia baetica, etc.) conviven con las anteriores especies, aunque la que se encuentra en flor en estos momentos es la zarzaparrilla (Smilax aspera). Esta especie de hoja acorazonada y brillante, no obstante, florece desde el verano, por lo que en pocos metros de distancia se encuentran algunos ejemplares con las bayas ya maduras.
Para finalizar en el Canuto de la Utrera, Calamintha nepeta, una pequeña labiada que abunda por buena parte de los sotobosques de gran parte de Andalucía y que también se puede encontrar en flor casi todo el año, muestra sus flores de tono rosado o morado junto a las especies que crecen en estos suelos dominados por las calizas.
Nos desplazamos ahora hacia las serranías del oeste peninsular, donde predominan los suelos ácidos y, sobre éstos, las ericáceas. Pertenecientes a esta familia, hay dos especies que aprovechan el periodo otoñal para florecer: se trata de la brecina (Calluna vulgaris), un pequeño brezo de hojas imbricadas y flores rosadas (también puede florecer en buena parte del año) y, naturalmente, el madroño (Arbutus unedo), esta última de floración estrictamente otoñal.
Como se muestra en las siguientes fotografías, las migradoras atalantas (Vanessa atalanta) que recaen en España durante los meses otoñales procedentes de centroeuropa, aprovechan la presencia de las flores de los madroños (y probablemente también la de sus frutos caídos y fermentados) para reponer fuerzas.
En los baldíos y eriales de la cuenca del Henares, en Madrid, localizamos a un arbustillo que, aun con flores, tiende a pasar desapercibido. Se trata de Lepidium graminifolium, una crucífera perenne y leñosa que puede superar el metro de altura. Además de las diminutas flores, que aparecen en densos racimos, a finales de noviembre también presenta algunos frutos en silícula, de forma oval y apiculados.
Dos vistas de Lepidium graminifolium.
También en este mismo tipo de hábitat, cerca de caminos y de medios nitrificados, en la costa malagueña, a finales de octubre, encontramos a la mandrágora (Mandragora autumnalis), una solanácea que acaba de abrir sus primeras flores. Vive junto a los lirios de mar (Pancratium maritimum), hinojos marinos (Crithmum maritimum), acelgas silvestres (Beta maritima), Asteriscus maritimus y otra crucífera que también se encuentra en plena floración: Lobularia maritima. Esta matita vive cerca de la costa (aunque se usa en jardinería y se asilvestra lejos de ésta) y puede florecer durante todo el año.
Mandragora autumnalis
Lobularia maritima
Seguimos en Málaga, aunque ahora nos desplazamos a observar el torcal del Canuto de la Utrera, en Manilva; buena parte de los denominados matorrales nobles (formados por acebuches, labiérnagos, lentiscos, rosales de Rosa sempervirens, palmitos, etc.) se encuentran ahora con los frutos maduros y sirven de alimento a la fauna silvestre y al ganado, aunque aprovechamos para fotografiar las inflorescencias del algarrobo (Ceratonia siliqua), la especie arbórea que alcanza mayor tamaño en este entorno.
Flores masculinas del algarrobo.
Flores y hojas.
Un ejemplar de algarrobo domina la maquia en el Canuto de la Utrera.
El algarrobo en su medio; hacia la mitad de su tronco...
...crece un lentisco.
Una buena cantidad de lianas y trepadoras (Clematis flammula, Aristolochia baetica, etc.) conviven con las anteriores especies, aunque la que se encuentra en flor en estos momentos es la zarzaparrilla (Smilax aspera). Esta especie de hoja acorazonada y brillante, no obstante, florece desde el verano, por lo que en pocos metros de distancia se encuentran algunos ejemplares con las bayas ya maduras.
Para finalizar en el Canuto de la Utrera, Calamintha nepeta, una pequeña labiada que abunda por buena parte de los sotobosques de gran parte de Andalucía y que también se puede encontrar en flor casi todo el año, muestra sus flores de tono rosado o morado junto a las especies que crecen en estos suelos dominados por las calizas.
Nos desplazamos ahora hacia las serranías del oeste peninsular, donde predominan los suelos ácidos y, sobre éstos, las ericáceas. Pertenecientes a esta familia, hay dos especies que aprovechan el periodo otoñal para florecer: se trata de la brecina (Calluna vulgaris), un pequeño brezo de hojas imbricadas y flores rosadas (también puede florecer en buena parte del año) y, naturalmente, el madroño (Arbutus unedo), esta última de floración estrictamente otoñal.
Calluna vulgaris
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miércoles, 7 de diciembre de 2011
Sierra Bermeja (I): presentación
A solamente ocho kilómetros de distancia de la costa malagueña se eleva hasta casi los 1.500 metros de altitud un macizo que forma parte de la Serranía de Ronda y se extiende en dirección NE-SE a lo largo de casi treinta kilómetros de longitud: Sierra Bermeja.
Un atardecer en Sierra Bermeja desde Casares.
Además de su cercanía a la costa, desde ésta destaca por su color rojizo, único entre las sierras de los alrededores. Se trata de una de las masas de peridotitas (un tipo de roca intrusiva) más importantes y extensas del mundo. Las peridotitas son rocas incluidas en el grupo de las ultramáficas o ultrabásicas, con un elevado contenido en silicatos de hierro y magnesio y cantidades significativas de níquel, cromo, cobalto y cobre.
Peridotitas con pinares de resinero y matorrales acompañantes.
La acción del agua y demás agentes atmosférico (es decir, procesos de hidratación y oxidación) transforman en serpentinas a las peridotitas, además de producir otra serie de compuestos como arcillas y óxidos de hierro, que son los responsables del color rojizo de la sierra; también se produce una liberación de los metales pesados (en general tóxicos para las plantas), que va a condicionar tanto el tipo de vegetación existente como la ausencia de cultivos (y prácticamente poblaciones humanas) en tan vasto territorio.
Además de por el tipo de sustrato, las condiciones xéricas del clima mediterráneo condicionan la presencia de especies en las exposiciones de solana.
La sierra presenta una morfología muy escarpada y abrupta, marcada por la presencia rocosa, los terrenos quebrados y los fuertes contrastes entre solanas y umbrías: la ausencia de vegetación arbórea en las primeras y en las zonas bajas (también favorecida por los incendios) contrasta con las vistas que se obtienen al ascender desde Estepona y cambiar de orientación.
Cambio de orientación y de paisaje: aparecen los bosques de coníferas (formación de pinsapos en primer término).
Vista desde el interior: se aprecia el contraste entre el verde brillante de los pinares y los pinsapares, extendidos solamente por la cara norte de la cumbre, de un verde más oscuro.
Son las frugales coníferas (pinos resineros y pinsapos) quienes forman los principales bosques sobre las peridotitas, si bien no son éstas las únicas rocas presentes en la zona: gneises y micaesquistos aportan variedad geológica y permiten la entrada de frondosas (fundamentalmente alcornoques y alguna encina, acompañados de madroñeras y la presencia esporádica de algún roble melojo o castaño) y su convivencia con los anteriores bosques.
Vista de un bosque de Pinus pinaster durante la pasada primavera
Alcornocal en Sierra Bermeja.
Los pinsapos (Abies pinsapo) pueden aparecer desde los 600 m, pero es a partir de los 1.100 hasta los 1.400 m de altitud donde estos abetos mediterráneos se hacen dominantes. Aunque pueden encontrarse pies sueltos por buena parte de la sierra, es en la cumbre de Los Reales donde se localiza su principal población bermejense (y más conocida), de unas 150 hectáreas de extensión.
Ecotono entre pinar y pinsapar.
Por toda la sierra aparece un matorral rupícola formado por Staehelina baetica (una compuesta exclusiva de estas sierras), varias especies de jaras, brezos, enebros, Genista lanuginosa, Ulex baeticus, Halimium atriplicifolium y otras especies que repasaremos en posteriores entradas.
Matorrales y pinares.
Staehelina baetica
martes, 29 de noviembre de 2011
Las vírgenes suicidas
Con todo, muchos estaban convencidos de que se trataba de una cortina de humo. Aquel olmo en particular, como todos sabían, había sido el árbol favorito de Cecilia y en el agujero embreado que cubría un nudo de la madera aún podía verse la marca de su pequeña palma. La señora Scheer recordaba haber visto a menudo a Cecilia bajo el árbol en primavera, tratando de atrapar al vuelo las vertiginosas hélices de sus semillas. (Por nuestra parte, recordábamos aquellas semillas verdes alojadas en una sola vaina fibrosa que bajaba como un helicóptero hasta el suelo, si bien no habríamos podido asegurar si pertenecían a los olmos o, por decir algo, a los castaños, ya que ninguno de nosotros tenía un manual de botánica a mano, tan populares entre los amantes de los bosques y de la realidad.) De todos modos, a muchos de los vecinos les resultaba fácil imaginar por qué las chicas relacionaban el olmo con Cecilia.
-Lo que querían salvar no era un olmo –decía la señora Scheer-, sino el recuerdo de Cecilia.
Las vírgenes suicidas
(Jeffrey Eugenides)
(Traducción de Roser Berdagué)
Aquí, un gran texto de Manuel Jabois (más sobre la película que sobre el libro).
Como las hermanas Lisbon, los olmos mueren por toda su área de distribución, aunque éstos no por suicidio, claro, sino por efecto de la grafiosis.
Las hojas del olmo común o negrillo, simples, con un corto peciolo, doblemente aserradas o dentadas y acorazonadas en la base aunque de forma asimétrica (un lado más corto que el otro).
Una de las características que sirven para diferenciar a los olmos comunes de otras especies de olmos es que con frecuencia sus ramillas pesentan unas costillas longitudinales suberosas (o corchosas).
Los primeros ataques serios que sufren los olmos corren a cargo de las larvas de la galeruca (Galerucella luteola), un coleóptero cuyas orugas comen el parénquima de las hojas (respetando la nerviación). Las olmedas infectadas pueden quedarse sin hojas verdes durante el verano.
A continuación, diversas especies de escarabajos escolítidos minadores son capaces de detectar los árboles enfermos y atacan en masa a los olmos debilitados por la galeruca. Los escarabajos actúan como vectores del hongo Ceratocistis ulmi, agente que provoca la grafiosis.
Los escolítidos roen las yemas y perforan la corteza para hacer las puestas. En la imagen, galerias de varias especies de coleópteros bajo la corteza de un olmo muerto. El hongo se desarrolla en el sistema vascular; las esporas penetran a su interior transportadas por los escarabajos y se difunden con la savia por todo el árbol.
C. ulmi produce unas enzimas que provocan la muerte del parénquima del leño y degradan los vasos conductores, bloqueando el transporte de agua y generando una especie de trombosis que causa la muerte al olmo.
A la decadencia de los olmos contribuye, además, la disminución de los niveles freáticos por extracciones incontroladas de agua en las zonas mediterráneas de vega y en los valles. En la imagen, un olmo sano en la ribera del río Lozoya.
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