Georg Wilhelm Steller, un médico y naturalista de origen alemán, formó parte de la segunda expedición con la que el zar Pedro I el Grande buscaba un acceso desde Rusia hasta América a comienzos del siglo XVIII. Steller se incorporó tarde a la Gran Expedición del Norte, capitaneada por Vitus Bering (descubridor del mar que lleva su nombre), lo que le obligó a recorrer solo y durante meses Siberia hasta alcanzar la península de Kamchatka (en su extremo oriental), punto de partida de las naves.
Embarcaron en mayo de 1741 y, dos meses después, Steller fue el primer europeo en pisar Alaska. Solamente pudo recorrerla durante unas horas, pues Bering decidió volver apresuradamente a Kamchatka para evitar que el mal tiempo se les echase encima. Todo se torció en el viaje de vuelta. Con parte de la tripulación diezmada por el escorbuto (incluido Bering), sufrieron varios temporales y su embarcación terminó naufragando en noviembre en una isla remota del extremo occidental de las Aleutianas, un paraje inhóspito y deshabitado.
Y aquí, enfermos, incomunicados, sin alimentos, medicinas y barco, los supervivientes se preparan para afrontar el invierno ártico. Mientras arrecia el mal tiempo construyen refugios y cazan pinnípedos y nutrias marinas. Steller aprovecha su estancia en la isla para recorrerla, buscar plantas como remedio contra el escorbuto y descubrir nuevas especies de flora y fauna. Se acuerda de Briggitta, su mujer, con quien se casó en San Petersburgo y le aguarda en Moscú. Es metódico e infatigable: todos los días le escribe cartas y realiza anotaciones en su manuscrito Las bestias del mar, sin saber si habrá quien las lea o se perderán para siempre.
Y entre estos descubrimientos, se produce el más sensacional: la aparición de un "manatí" (Steller lo llama así la primera vez que lo ve) subártico gigantesco, la gran vaca marina del norte, un sirenio de casi diez metros de longitud y un peso que rondaba las diez toneladas en los mayores animales, un anacronismo viviente, el gran símbolo que quedará indefectiblemente asociado a su nombre.
Uno de los contados esqueletos que existen de vaca marina de Steller en el Museo de Historia Natural de Londres. |
Si bien en tiempos prehistóricos el género Hydrodamalis se distribuía por buena parte del Océno Pacífico (de California a Japón y hasta el mar de Bering por el norte), en 1741 apenas quedaban unos 1.500-2.000 animales reunidos exclusivamente en los alrededores de la isla donde naufragó Steller. Se trataba de un hervíboro marino adaptado a unas condiciones ambientales extremas (frío, hielo, temporales...) que se agrupaba en grupos familiares cerca de la costa, en aguas poco profundas, donde se alimentaba de algas pardas gigantes.
La captura de la primera vaca marina por parte de los marineros es reveladora (y va a marcar el destino de la especie): su carne y grasa son comestibles y de mejor sabor que las de otros animales. En cuanto oficialmente se supo de la importancia de esta zona para la obtención de pieles (fundamentalmente por la presencia de nutrias marinas), se preparan nuevas campañas hacia la misma: durante los siguientes años los navíos visitantes se encargarán de masacrar a las vacas marinas.
Como resultado de las incursiones humanas, veintisiete años después de su descubrimiento, en 1768, se da caza al último ejemplar de vaca marina y la especie es eliminada de la Tierra.
Steller se encontró con la vaca marina cuando ésta contaba con una exígua representación, lo que al menos permitió que la describiese antes de su eliminación. Cuando se produjo este encuentro podría decirse que la especie estaba en el tiempo de descuento: seguramente su extinción era cuestión de "poco" tiempo. Pero el que esta última población se distribuyera en una pequeña extensión geográfica sometida a una intensa explotación aceleró su final, pues supuso un recurso alimentario de gran importancia para las hambrientas tripulaciones que la visitaron.
Hoy día los únicos parientes vivos de la vaca marina de Steller son los manatíes (tres especies) y el dugongo. En la foto un manatí del Amazonas (Trichechus inunguis) probando la producción de repollos de la temporada. |
La verdad es que tanto la vaca marina de Steller como su triste historia me impactaron desde pequeño: sus dimensiones mastodónticas, el riguroso medio donde vivía, su descubrimiento completamente accidental (e in extremis) por uno de los mejores naturalistas de la Historia, su eliminación en tiempo récord... y a partir de su extinción surge la gran pregunta: ¿cómo era realmente este animal? No olvidemos que Steller fue el único científico/testigo que lo vio y describió antes de su trágico desenlace.
Esta es la primera imagen que guardo de la vaca marina de Steller. Aparece publicada en el libro Cómo y por qué de los animales extinguidos, Editorial Molino (1974). El dibujante cubre parcialmente su cara con unas algas para que parezcan los cabellos de una sirena, aunque los rasgos generales del animal recuerdan a una morsa. |
En el siguiente enlace se puede descargar una monografía rusa muy completa, en la que se repasa (entre otros temas) la evolución de la iconografía de la vaca marina de Steller desde el siglo XVIII hasta nuestros días: aunque solamente sea por estas ilustraciones merece la pena (bueno, y para quien entienda ruso ya ni le cuento).
... y este es el resultado final. Careto de pocos amigos (claro que, sabiendo cómo acabó la especie, es comprensible). |
Estas últimas líneas me han sorprendido por presentar una vaca marina reconocible (cabeza y extremidad anterior), pese a lo rudimentario de los trazos. |
A mi entender la reconstrucción más lograda es la realizada por Pieter Arend Folkens: esta magnífica ilustración aparece en distintas publicaciones (entre ellas la lámina de cetáceos rusos que aparece más arriba), incluida la emisión de este sello:
(https://vitusbering.wordpress.com/2010/09/08/stellers-sea-cow/) Por cierto, el señor raruno con una peluca absurda de la esquina superior izquierda, NO es Steller: de Steller no existe representación gráfica ni tampoco descripción alguna. Después de casi diez meses en tierra, la tripulación superviviente consiguió reflotar un pequeño navío con el que logró regresar a Kamchatka en 1744, sin Bering, quien murió en la isla. Aunque Steller sobrevivió al viaje por mar, nunca volvió a ver a Briggitta (ni tampoco a sus vacas marinas), pues falleció por fiebres en Tyumen (Siberia occidental) en noviembre de 1746, mientras trataba de volver a casa, a los 37 años. |
Cabe preguntarse cómo a estas alturas todavía Hollywood no se ha planteado realizar una película seria de la epopeya de Bering y Steller en lugar de las mierdas de superhéroes que suele filmar: curiosamente existe una versión rusa del año 1971 de este viaje (disponible en youtube en el siguiente enlace). Incluso sale durante unos segundos el cadáver de una vaca marina de Steller al que están despedazando a hachazos (ir al minuto 1:09:45).
En fin, vamos a echar una mano a la todopoderosa industria cinematográfica americana proporcionándole alguna idea al respecto: le proponemos un reparto formado por Ryan Gosling para interpretar a Steller, Benicio del Toro como Bering y Sienna Miller como Briggitta. Que la dirija uno de los grandes, claro: Peter Jackson, Scorsese... qué sé yo, incluso nos vale una versión onírico-pesadillesca a cargo de David Lynch (aquí un poco a la desesperada, ya).
Para finalizar esta ecléctica entrada, a modo de epílogo, un poema de la escritora Anne Marie Macari dedicado a la vaca marina de Steller:
Incluso mientras las mataban
hasta extinguirlas, las vacas marinas
nadaban a la deriva en las aguas del Ártico
sin temor a los hombres varados.
En las parábolas de las vacas marinas se predijo
que la extinción llega
a la mente antes que al cuerpo,
un reino de olvido
hacia el que nadar, como la última
paloma migratoria posada
en un zoológico, que olvida
cómo volar, o una vaca marina
sacrificada y arrastrada a la orilla, la última
de su clase en el estrecho congelado...
sin dientes, sin arpones,
como el día en que fue creada
pero demasiado grande para esconderse. Ahora son
parábolas de sí mismas
flotando en los flujos de sangre de los humanos
que ni siquiera saben
que están poseídos, seguidos por vacas marinas
que les contemplan como las nubes
observan el océano donde moraron
las criaturas, o por palomas migratorias
que vuelan en el recuerdo, zigzagueando
sobre sus cabezas como bancos
de peces invisibles. Vamos chicos,
susurran los grandes mamíferos,
encontraos en la familia
del hombre entre los gigantes
de la historia. Y a la que escribe
sobre la vaca marina perdida
decidle que el aire en el que se mueve
está chamuscado por la extinción.
Estamos esperando. ¿Recordáis cómo
pusimos la otra mejilla?
Decid esto, el mundo nunca está
solo, nunca estuvo solo.
Un mundo donde hay gente que pasa el tiempo de espera del médico pintando sirenios me parece un mundo menos malo. Me ha encantado esta entrada.
ResponderEliminarMuchas gracias, Antón.
EliminarSí, lo de los sirenios es una obsesión que algún día tendré que hacerme ver.
Un saludo.