Un viento nocturno gime a través de las
aspas de la bomba eólica echada a perder. Ella se estremece. —Debemos
volver —le dice. —Enseguida. ¿Has leído el libro de Eugéne Marais sobre
el año que pasó observando a un
grupo de babuinos? Dice que por la
noche, cuando los monos dejaban de merodear y contemplaban la puesta del
sol, detectaba en los ojos de los babuinos mayores los aguijonazos de
la melancolía, el nacimiento de la conciencia
incipiente de su mortalidad.
...
Sencillamente que comprendo en qué estaba
pensando el viejo babuino macho mientras contemplaba la puesta del sol,
el jefe del grupo, aquel del que Marais se sentía más próximo. «Nunca
más —pensaba—. Una sola vida y entonces nunca
más. Nunca, nunca, nunca.» Eso es lo que también me hace el Karoo. Me
llena de melancolía. Me inutiliza para la vida.
Ella aún no entiende qué tienen que ver
los babuinos con el Karoo de su infancia, pero no va a admitirlo. —Este
lugar me desgarró el corazón —prosigue él—. Me lo desgarraba de niño, y
desde entonces nunca he estado bien.
...
Con la señora Noerdien, ¿cómo atravesaría
un hombre, incluso el señor Noerdien, el espacio desde las exaltadas
alturas de lo femenino hasta el cuerpo terreno de la mujer? Dormir con
semejante ser, abrazar semejante cuerpo, olerlo
y saborearlo... ¿qué efecto tendría eso en un hombre? Y estar junto a
ella todo el día, consciente de sus más pequeños movimientos: ¿acaso la
triste respuesta de su padre al cuestionario del doctor Schwarz sobre el
estilo de vida («¿Han sido las relaciones
con el sexo opuesto una fuente de satisfacción para usted?» «No») tiene
que ver con el hecho de que, en el invierno de su vida, ha de
encontrarse frente a una belleza como no ha conocido antes y jamás puede
esperar que sea suya?
(https://screenmusings.org/movie/dvd/The-Edge-of-Love/pages/The-Edge-of-Love-0103.htm) |
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